domingo, 1 de marzo de 2009

El odium ideologicum a Aznar

La izquierda no ha criticado a Aznar, lo ha odiado. El odio es un sentimiento irracional. Esa parte de crítica común, no ha sido más que la excusa o el revestimiento de la diabolización: la consideración de Aznar como el mal con ausencia de todo bien. Es ese odio el que merece un detenido análisis. ¿Por qué la izquierda ha odiado tanto a Aznar, hasta identificarle como un ‘asesino’, con las ‘manos manchadas de sangre’, ‘culpable’ de la masacre de Atocha? ¿Por qué la izquierda, instalada ya en el poder, alimenta de continuo ese odio?

La izquierda -al margen de la engañifa del talante, para el que precisaba el contraste de la caricatura grotesca de Aznar- está preparada para odiar. El marxismo, en el que se ha formado, era una ideología con insondables reservas de odio. Lo que la izquierda precisa es canalizar sus torrenteras de resentimiento y en Aznar ha encontrado un objetivo claro. Una primera respuesta se mueve en el rencor, el nivel más bajo de ese sentimiento insano. Rencor hacia quien ha vencido a la izquierda en dos contiendas electorales y la ha mantenido durante un interregno de ocho años alejada del poder, en la intemperie de la oposición. Ese rencor es muy acusado en Felipe González, quien siempre subestimó a Aznar –le parecía ridículo imaginar su imagen junto a Helmut Kohl. La izquierda nunca le ha perdonado su denuncia de la corrupción y del terrorismo de Estado. Ese rencor se prolonga en el revanchismo, seña de identidad definitoria del retorno socialista al poder. Va más allá de la disputa democrática y hunde sus raíces en la trastienda antidemocrática de la izquierda, de su visión patrimonialista del poder, de la convicción, tan infundada como profunda, de que la derecha está ilegitimada para gobernar en democracia, pues ello representa un riesgo de retorno al franquismo. Es ese retorno instintivo al guerracivilismo.

El mismo gesto de Zapatero de homenaje a su abuelo fusilado, que sería considerado obsceno si se recordaran las sacas de Paracuellos, las chekas o los ‘paseos’. La mitología victimista –y la mala conciencia de tantos franquistas reconvertidos en líderes morales de la izquierda- permitió a ésta considerarse legitimada para intentar derribar -desde la calle y la algarada- al gobierno durante la campaña del ‘No a la guerra’ y con el golpismo residual del 13 de marzo. ¡El odio a Aznar sería el de los vencidos hacia los vencedores de la guerra civil!

En cuanto a las críticas expuestas a su personalismo, no se puede dejar de considerar que Aznar resistió a las tentaciones mefistofélicas del poder cumpliendo su compromiso de abandonarlo, en pleno apogeo, tras dos legislaturas. Hecho tan inusual, y meritorio, que durante tiempo fue tenido por artimaña y puesto bajo sospecha, por si se volvería atrás. Ese gesto, lejos de haber reducido el odio, lo ha retroalimentado. Una muestra más de su irracionalidad. En la consigna de los SMS del 13 de marzo no se hablaba de Rajoy, sino de “Aznar de rositas”. Que Aznar fue derrotado el 14 de marzo, a pesar del hecho notorio de no presentarse, ha sido obsesivo en la izquierda. La izquierda no le perdona ni le perdonará que se hurtara a la derrota, si bien Aznar no era un candidato invicto, pues antes de acceder a La Moncloa fue vencido en dos citas electorales.

LOS NUEVOS CLÉRIGOS

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